Bombas suenan a mi alrededor, gritos de personas a lamentos que se oyen.
Pero no me importa nada, tengo desgarrado el corazón, el alma rota por tu muerte.
Es una agonía la que siento al recordar como tu vida se iba entre mis brazos y me mirabas con súplica sin entender lo que había sucedido. Grité pidiendo auxilio, mientras te apretaba junto a mi pecho. Lloraba acunándote, desconsolaba cuando la vida se fue de tu cuerpo.
Cuando quisieron arrancarte de mis brazos, grité como una loca, no podían apartarme de ti. Luché por soltarme de aquellos brazos y caí desmayada.
He despertado en la cama creyendo que todo era un sueño pero al tocar buscándote, no te encontré y como un puñetazo en mi rostro comprendí la cruel realidad.
Desde mis gemidos te llamé porque no quería creer que fuera cierto. Silencio fue la respuesta.
La familia se reunió conmigo y como una zombi me llevaron junto el ataúd que guardaba tu cuerpo. Caí sobre esa caja, me abracé a ella para no soltarme jamás, tú estabas ahí cuando unas horas antes caminábamos juntos ajenos a lo que nos esperaba.
Siento tanto dolor que sólo deseo morirme y estar a tu lado. Odio a este país, a esta guerra, a esos hombres que te mataron y todo por qué, por confundirte con alguien a quién buscaban.
Dios maldiga a cada uno de ellos, que sufran como yo lo hago, que sientan la perdida de un ser amado.
Quiero morirme, quiero irme contigo, no puedo borrar de mi mente tu mirada, como en segundos cambió de la incomprensión al terror, como se deslizó aquella lágrima por tu rostro ante tal cruel separación.
Me ahogo en mis lágrimas, en la soledad sin ti, no puedo imaginarme seguir viviendo sin que tú estés. Dios mío, inconcebible lo que ha sucedido, como has podido dejar que ocurra.
Solo deseo morir abrazada a ti.
Autora: Olga González Sobrín