El paso del tiempo va dejando surcos en la piel, unos van más profundos que otros. Nuestro cabello encanece y cae. No hay manera de detener la flecha del tiempo.
Echas la mirada atrás y recuerdas vivencias: unas son alegres, otras muy tristes, hay enojos, hay soledad...
Mi vida ha sido una lucha continua desde la niñez, aunque éramos pobres fuimos ricos en otras cosas que no todo el mundo tiene. Alterné trabajo y estudio, me enamoré, no una, sino varias veces. Con una llegué a la locura cuando me abandonó. Y caí en los brazos de otra mujer creyendo ser feliz, pero la desdicha nos persiguió con la pérdida de nuestros pequeños amores. Luché contra el dolor trabajando duramente y el tiempo nos mostró nuestro verdadero rostro.
Me fui, viajé mundo adelante, siempre trabajando. Tuve grandes amigos que se han ido quedando por el camino. Y fueron pasando los años. Regresé a una casa que ya no tenía, siendo la soledad mi compañía. Pero el amor llamó de nuevo a mi puerta. Inseguro, al principio cedì mis sentimientos y volví a ser feliz durante un tiempo. Pero cruelmente el destino me volvió a negar la felicidad. Nuestros caminos se volvieron a separar.
Sigo caminando envuelto en la soledad y resignado a ella. Me miro en el espejo y ya no queda nada de aquel joven apuesto, pero sí tengo conmigo la enfermedad. Me deterioro, los años no perdonan. Intento sobrevivir en este mundo tan vacío de sentimientos, tan egoísta y frívolo.
Salgo a pasear diariamente y me encuentro con conocidos, que también viven en soledad, o que en sus últimos días son rescatados de sus residencias para mantener con sus pensiones a los hijos que se han quedado sin empleo. Y lo que es peor, algunos malos hijos los mantienen de esclavos de sus nietos y de un hogar desunido. Mi corazón herido sufre.
Un día me enseñaron el mundo del Internet. Esas redes sociales a las que nos conectamos como al aire que respiramos. Y conocí un mundo nuevo, un ir y venir de gente. Asombrado ante una sociedad de mujeres diferentes a las que antes conocí: tan liberales, tan decididas, tan abiertas a amarte sin conocerte. ¡Cuánta locura hallé!
Y entre toda aquella locura surgió ella, mi ángel guardián: la mujer que me abrió los ojos a un nuevo amor, a sentimientos que desconocía y a una pasión infinita. Ella curó mi corazón roto, me devolvió la vida, me hace sentir bien, joven otra vez, aunque me pesen los años. Ella sigue mis pasos, me tiende su mano cuando lo necesito, me envuelve en su manto de amor y cariño. Por ella he vuelto a nacer.
Disfruto cada minuto de la vida que tenemos juntos, porque no puedo permitir desaprovecharlo, porque el tiempo es lo que nos falta, porque ella llegó al final de mi etapa. La miro cuando duerme, incrédulo de la suerte que he tenido. Contempo su rostro y siento paz en mi interior. No imagino un mundo sin ella.
Le pido a Dios que me deje disfrutar más tiempo a su lado, que no me lleve todavía. Y cuando llegue mi hora quiero irme entre sus brazos, envuelto en paz y amor, cubierto con sus besos.