Sola, pensativa, silenciosa se encontraba en un rincón una bella dama. Su rostro era un poema de belleza, que cubría queriendo ocultar sus facciones.
Su mirada perdida en la lejanía, sentada allí, esperando no se sabe qué, casi inmóvil, su pecho se agitaba en suspiros que iban y venían, sus manos apoyadas en sus piernas.
Permanecía quieta, perdida en sus pensamientos, no levantaba la vista, se mantenía ajena a todo lo que le rodeaba.
La observaba, admiraba su belleza, pero me mantenía en mi sitio, no tenía el coraje de acercarme a ella.
Mi corazón latía, quería hablarle, quería traerla a la vida, no podía verla así, abstraída en un mundo ajeno a la realidad.
Deseaba acariciarle la mejilla, levantarle el mentón y decirle como tan hermosa no sonreía y se ocultaba tras ese velo.
Preguntarle que canalla le hizo daño o que la estaba perturbando, que mi corazón había conquistado y solo deseaba verla sonreír.
Ante mi sorpresa, ella se levantó, con su mirada hacia el suelo pasando junto a mí, dejando una aromática fragancia.
Y...tonto de mí, se fue y no me atreví, no le dije nada, mi corazón era de ella, pues, me lo había robado.
Mi corazón se rompió al ver que no la encontraba, la había perdido pero nunca me rendiré, te buscaré y haré que vuelvas a sonreír, porque te has convertido en mi razón de vivir.
Autora: Olga González Sobrín
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