Hacía tiempo que la sirenita no se la veía bien. Ella tan alegre y divertida era ahora una sombra de ello. No quería compañía, no deseaba hablar, lo que la rodeaba le molestaba.
Nadie de su familia y amigos comprendían su cambio, sabían que algo le sucedía, pero cada vez que se aproximaban ella los rechazaba.
Surcaba los mares a toda velocidad, enfadada con el mundo, sus lágrimas caían por su rostro, su alma agonizaba. Odiaba ser sirena.
No podía contar lo que le ocurría, tenía miedo de sus reproches y los sermones de que el mar era su reino. En las noches ella huía, nadaba hacia las rocas y se sentaba allí durante horas para conversar con la Luna, a la que no ocultaba sus sentimientos.
La Luna sabía de su mal , acontecido hacia unos meses. Ella, en una de sus excursiones, se había topado con un hermoso joven. Oculta tras una roca lo observaba mientras caminaba por la orilla ajeno a todo. Su semblante se veía serio. La pequeña sirena sin poder evitarlo se enamoró de aquel rostro, sus ojos tan profundos que llegaban al interior de su alma, su esbelto cuerpo musculado, su porte caballeresco, todo en él era perfecto.
Tomó por costumbre ir a su encuentro. Desde su escondite lo observaba en su ir y venir por la playa. Su corazón se alegraba cada vez que lo veía, olvidándose del tiempo mientras él permanecía allí.
Hasta que un día, él apareció de la mano de una joven.El corazón de la sirena se rompió. Su corazón se había roto. No podía decir a nadie porque sufría. Tenían prohibido relacionarse con los humanos.
Él estaba enamorado de aquella chica humana, que solo se diferenciaba de ella porque tenía piernas en vez de cola.
Él estaba enamorado de aquella chica humana, que solo se diferenciaba de ella porque tenía piernas en vez de cola.
La sirenita huyó lejos de allí, de aquel amor platónico que la había roto su corazón. En su huida se quiso alejar de todos, no quería oír lo que en cierto modo ya sabía. Y sentada en las rocas, noche tras noche, le lloraba a la Luna, mientras su luz se apagaba. Su dolor insoportable por la pérdida la llenó de agonía, hasta que poco a poco se apagó. Y la Luna, llena de pena, la atrajo hacia ella y la convirtió en una estrella.
Autora: Olga González Sobrín
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