He surcado mares, me fui lejos de mi hogar. He visto lugares tenebrosos y fríos, y siempre he sentido la misma soledad en mi corazón. La soledad que me acompaña.
Salí huyendo porque mi vida se desarrollaba en una mazmorra llena de normas y pesadas leyes. Era controlada a cada paso, acorralada en cada movimiento. No importaba a qué lado dirigiese mi mirada, incluso con los ojos cerrados, notaba reproches quemantes sobre mi piel, que me ahogaban hasta el punto de desfallecer.
Un día escapé con todo el valor que pude acumular, huí sin mirar hacia atrás, corrí y corrí sin pensar que me podía deparar el futuro, solo necesitaba alejarme de aquel entorno asfixiante.
Me perseguían los miedos y me fallaban las fuerzas, a veces, hasta el punto de regresar.
Comprobé que tampoco había bondades fuera de aquel mundo, que tenía que enfrentarme a muchos problemas y sobrevivir a peligros que en apariencia eran cosas tan dulces que atraían hasta que quedar bajo su poder, cosas que esclavizaban hasta llevar a una muerte segura si no reaccionabas y escapabas de allí.
Descubrí gente oscura, maliciosa, tirana, personajes de corazón frío, que me hicieron llorar, llevándome al límite de mis fuerzas.
También me encontré bellos corazones que me llenaron de paz, que amortiguaron mis golpes, que me acompañaron en mi camino a la libertad.
Mi huida me llevó a conocer lo que el mundo ofrecía, a escapar de una vida controlada para ser mi única dueña. He llorado, he deseado la muerte...,desaparecer. Todo ello debido al agotamiento que me producían los chupasangres que absorbían mi energía.
Ahora he llegado al paraíso, donde la calma me acompaña, donde los rayos del sol me acarician y los de la Luna me envuelven. Solo he de mirar al horizonte para que todas mis heridas curen.
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