Llegó el otoño con sus nubarrones y los rayos del sol colándose entre ellos para acariciar algunas bellas hojas que en mis ramas aún se sujetaban.
Otras habían decidido caerse. Mi piel se desnudaba, día a día. El verano llegaba a su fin, había brillado con tal esplendor que creí que sería así toda la vida. Esa leve oscuridad que cubría los cielos anunciaba el frío, trayendo tristezas, aletargando mi alma dentro de un caparazón, sintiendo las noches gélidas, los vientos moviendo mis ramas desnudas, anunciando que llegará el invierno y me cubrirá de nieve.
¡Oh, verano! Me dejas, te vas, al igual que mi belleza. Pero no me ahogaré en tristezas. No, no lo haré, porque volveré a despertar, me cubriré de mis mejores hojas y brillaré mucho más. Alzaré mis ramas al cielo y volverá la vida a mí. Llegará la compañía, daré cobijo con mi sombra y protección con mi ramaje.
Otoño, no importa que me desnudes. Invierno, no importa que me duermas. Volverá la primavera a llenar de savia mis venas y el verano me dará su esencia. Renaceré, una y otra vez, con más belleza todavía.
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