Aquella rosa que dejaste en mi mano, para que su fragancia hiciera que no te olvidase. Que con solo el hecho de tenerla en mis manos, te sintiera a mi lado. Y que con ella acariciase mi rostro, mis labios para sentir los tuyos sobre ellos.
Bajo una cúpula de cristal la mantuve, protegiéndola incluso con mi vida, porque en ella estaba ese amor que me habías entregado. Cuidada con mimo, velada día y noche. Nunca se mantuvo lejos de mi corazón.
Ahora ha pasado el tiempo, la rosa se mantiene intacta, pero no tu amor. Te alejaste de mi lado, prometiéndome el volver. Promesas de un futuro en común que se fueron llevadas por el viento.
Cuanto sufrí tu pérdida, cuanto me culpé creyendo haber cometido errores, cuanto grité tu nombre... Pero ha pasado el tiempo, la herida va cerrando, miro el horizonte con otro color.
La vida da muchas vueltas, las noticias llegan, y tristemente, llegó la verdad. Me había enamorado de un monstruo cobarde, que solo sabía conquistar corazones. Su labia, su buen estar, su sentir... Y es aquí donde me río, porque él nunca sintió, su corazón absorbe el amor de todas sus víctimas, es el alimento de su ego. Él oculto siempre en la sombra.
Aquí estoy, firme, serena, con esa rosa que tanto amé, a diferencia de él, yo sí entregué toda mi pasión, yo lo di todo, nunca me voy a arrepentir de ser así.
Tú no eras para mí, me has dado una gran lección. He aprendido que primero yo. A amarme y mimarme como nunca. Y hay una cosa más, que nunca tendrás: "yo sí sé amar".
Autora: Olga González Sobrín