Los días se hacían largos en aquella cuarentena sin fin. Todos los días misma rutina: levantarse, aseo, desayuno, las tareas de la casa, comida,... ¡ayyy, todo igual!
Pero algo cambió, él empezó a fijarse en mí. Me empezó a mirar desde su rincón, lo veía y me sonrojaba. Le preguntaba por qué me miraba así. Su contestación: una sonrisa.
Me fue dejando pétalos de rosa en los rincones de la casa, para que los siguiera. Me llevaban a él, donde era recibida con un tierno beso.
Otro día, se levantó antes de que yo despertara, me llevó el desayuno a la cama. ¡Qué rico, un chocolate! Me agarré a su cuello y lo besé.
Me venía a buscar a la cocina, me agarraba de la cintura, besaba mi nuca y me decía: ¡vamos a bailar! Y la cocina se convirtió en un gran salón de baile.
Las noches se nos hicieron eternas. Recuperamos la pasión. Llegó a rincones insospechados, me provocó tantos placeres que tenía dormidos.
Este confinamiento me ha devuelto al ser que tanto he amado, pero con más ternura y amor. Recuperé a mi marido, dimos vida de nuevo a este matrimonio.
Y para sorpresa nuestra,queremos seguir en nuestro confinamiento para disfrutar de nuestro despertar.
Dice un refrán que no hay mal que por bien no venga, y que razón tiene.
Amo a este hombre más que nunca. No quiero que esto acabe.
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