lunes, 29 de junio de 2020

La leyenda

Cuenta una leyenda que hace mucho tiempo existió un matrimonio muy enamorado. Ambos habían tenido sus vidas, con sus más y menos. Antes habían tenido otras parejas y sus momentos felices, con llegada de hijos, pero la mala fortuna, la desdicha, el desamor hizo que nuestros protagonistas tomarán diferentes rumbos.
Él convertido en un lobo solitario, siguió centrado en su trabajo, aunque su corazón se sentía incompleto.
Ella luchaba día a día, trayendo el pan a casa, cuidando de sus retoños pero su soledad hacía que su corazón se entristeciera. No era afortunada en el amor, y con la fuerza de una loba seguía adelante pese a todo.
En las noches ambos aullaban a la Luna sus temores, sus necesidades, contándole su eterna lucha.
La luna viéndolos a ambos y profundizando en sus corazones, comprobó que ambos estaban destinados, se llevaban buscando mucho tiempo y estaban a punto de echar la toalla.
La Luna profundizó en sus corazones, comprobó que ambos estaban destinados a unirse. La Luna con su magia tiro del hilo rojo que los unía hasta que el destino los puso en frente. Ambos se miraron, sus corazones latieron en una misma melodía, y al tocarse sintieron que se conocían de toda la vida.
Desde aquel momento, la pareja se profesó incondicional amor, con tanta ternura y complicidad que sin palabras se entendían. Cada día era una aventura, una alegría tras otra, se amaban con locura, decidieron vivir solos sin riquezas, pues la mayor de ellas ya la tenían.
Pasaron los años y, siempre bajo la atenta mirada de la Luna, fueron envejeciendo manteniendo intacto su amor.
Y llegó el momento del dolor. Él se fue y ella lloraba, todos los días iba a su tumba, y enterraba sus manos en la tierra. Y un día, con sus manos enterradas allí, su corazón se paró.
La Luna no pudo con esa visión, llorando sobre ellos, provocó que la tierra se removiera. Brotaron raíces que cubrieron el cuerpo de ella.  Empezó a crecer un árbol: era él y en sus ramas la cogió a ella, formando un solo tronco.
Y así fue, como la Luna hizo que los amantes estuvieran juntos de nuevo para toda la eternidad.
Nadie sabe el lugar, pero ellos siguen allí, con su amor incondicional hasta el fin de los tiempos y siempre bajo la atenta mirada de la Luna.



Autora: Olga González Sobrín

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