miércoles, 25 de marzo de 2020

La esperanza

Todo el año se lo pasaba trabajando en su taller, creando juegos de antaño para reunir a la familia en el salón. Venía observando desde hacía tiempo que el progreso distanciaba a las familias entre sí, manteniéndose encerrados en su pequeña pantalla, ajenos a quiénes los rodeaban.
Estaba preocupado por aquellos pequeños que sólo sabían pedir videojuegos de violencia, portátiles, teléfonos última generación, prendas de precios exagerados porque eso era la moda ahora. Estos niños estaban creciendo en un mundo de alto consumo, se volvían cada vez más egoístas sin pensar en las necesidades de los demás, primero eran ellos y después ellos. Se entristecía al pensar que olvidaban el sentimiento de la Navidad, todo se había convertido en consumismo y en destacar sobre los demás.
En su taller creaba hermosos trenes, coches, camiones, muñecas con sus casas, montaba bicicletas, patinetes, monopatines, hacia puzzles, barajas de cartas mágicas. Cada día se organizaba en las diferentes secciones de elaboración, cada cosa que fabricaba le daba su toque de amor. En sus descansos tomaba su tazón de chocolate, mientras repasaba la lista de los niños que habían hecho travesuras, comprobando que aumentaban cada año.
Triste, observaba el mundo en su ir y venir, sin rumbo a un buen fin. Se acercaba la fecha, veía mucho adorno, muchas luces pero dentro de sus corazones había un vacío que los ensombrecía.
Y decidió viajar, recorrer las ciudades y sembrar la esperanza, la amistad y el amor. Despertar a aquella gente de su letargo, de su frialdad.
En su aventura conoció a una muchacha que trabajaba para pagar sus estudios, como camarera en una cafetería. Tenía una sonrisa en su cara para todo el que entraba, el corazón más duro o la persona más quisquillosa terminaba por sonreír y salir con alegría de su local. Tenía un toque mágico con la clientela y era adorada por todos. Su vida era dura, alejada de su familia, sin horas libres para disfrutar, cuando salía de su trabajo iba a refugiarse en sus libros.
Ella no había pedido nada esta Navidad.
Se cruzó con unos niños que se burlaban de un pequeño, el pobre lloraba desconsolado hasta que llegaron dos muchachitos y se enfrentaron a ellos, estos cobardes huyeron. Se acercaron al pequeño, le preguntaron si estaba herido, al comprobar que estaba bien, lo acompañaron a su casa y le prometieron que le acompañarían siempre.
Tomó nota de los muchachos.
En un callejón, entre cajas, se encontraba un hombre que compartía un bocadillo con su perro. Se abrigaban con una manta en ese día helado. Y volvió a suceder, unas monjas se acercaron a él, después de hablar un rato, el hombre se fue con ellas a un albergue que dirigían. Le facilitaron ropa limpia, comida y cama para dormir y no se olvidaron de su perro, que también recibió cobijo.
Siguió su camino y observó por una ventana a una familia en su comedor, los niños se veían felices, la madre repartía la comida en sus platos pero no se servía a ella. Su mirada triste se posaba en ellos, sonriendo para no preocuparles. Su padre seguía en la calle buscando un trabajo para poder mantenerlos.
Horas antes, unas calles más allá, atracaron una tienda, aunque sólo quedó en un intento, un hombre les hizo frente y consiguió detenerlos. Hacía un instante que estaba hablando con el dueño para saber si tendría un trabajo, y aquella casualidad que pudo terminar mal, hizo que el dueño agradecido le diera un puesto en su empresa, porque quería tener a una persona así a su lado, que defendiera el negocio. Y allí se firmó su contrato, le pidió sensatez, que no arriesgase su vida de esa manera, aunque hoy agradeciera su valentía.
Corrió a su casa, entró al comedor feliz y su mujer comprendió que se había obrado el milagro.
Siguió recorriendo más ciudades, visitando aldeas, hasta que llegó la hora de volver a casa.
Se sentía feliz, con esperanza, el panorama no era tan negro como creía. Repartidas por el mundo había muchas personas de gran corazón, que compartían lo poco que tenían, que ofrecían una buena amistad, que te alentaban a seguir luchando.
Sintió la música dentro de su cuerpo, las campanillas sonaban, se acercaba la hora de surcar los cielos. Cargó su saco con todos los juguetes y lo metió en su trineo, donde los renos ya estaban preparados. Se subió y empezó la noche mágica, aterrizando en los tejados de las casas, bajando por las chimeneas y dejando aquellos regalos para la alegría de pequeños y grandes.
Para los niños la noche era larga, para él se le quedaba corta. Al amanecer regresó a su casa con su "Ho, Ho" tan famoso.
A la mañana siguiente, los vio despertar corriendo entusiasmados a buscar sus regalos, sus caras llenas de felicidad lo decían todo. Corrieron a vestirse para salir a la calle y disfrutar de sus juguetes.
No solo tuvieron regalos los pequeños, los mayores también, de diferente forma recibieron lo que ellos necesitaban.
Y se acomodó en su asiento, disfrutando de su tazón de chocolate y pensando en el próximo año, feliz y esperanzado.


Autora: Olga González Sobrín

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