Llegaba caminando, ágil,
sensual, con una sonrisa que iluminaba su rostro, la pequeña damita llegaba a
trabajar.
A su paso, miradas la seguían,
su melena rizada ondeaba al viento, esa calidez y ternura en su mirada, su
gracia al andar.
Su bello vestido cambió por su
uniforme pero su elegancia, su sensualidad, no perdía.
Se puso tras la barra y su
mejor sonrisa al frente, y la bella dama empezó como todos los días, a faenar,
alegrando los corazones de quién allí se acercaba.
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