Un día nos
juramos amor eterno, ajenos al destino que nos esperaba. Todos mis recuerdos
son tan bellos que es difícil escoger uno como favorito porque todos son
especiales.
He sido la mujer más feliz en la tierra, tan
amada y protegida que estaba envuelta en una paz que absorbía toda atmósfera
negativa.
Como una niña pequeña he sido complacida, no me
faltaba el más mínimo detalle. Siempre tenías una sorpresa para mí con un despertar tan tierno,
lleno de besos y caricias, de juegos de amor entre las sábanas, para luego
iniciar la búsqueda de ese regalo que habías escondido para mí.
Era una infinita luna de miel. Todos los días los
hacías especiales, me enamorabas otra vez. Te amaba tanto que tu lejanía me
provocaba ahogo, desesperación hasta que regresabas y en ese momento me
refugiaba en tus brazos y olvidaba todo lo sufrido.
Pero no sé qué pasó. Un día desperté y no me veías. Te llamaba, gritaba tu nombre y no ocurría nada.
Desde entonces estás ausente, inmóvil. Pero estoy a tu lado, te amo tanto que no me puedo ir. Me duele
tanto ver cómo cada día te hundes en ese mundo gris, cómo la luz de tus ojos deja de brillar, me duele tanto ver que no quieres vivir.
Te arropo en la noche, te susurro
palabras de consuelo, camino a tu lado pero no notas mi presencia, solo en tu
sueño y es ahí dónde me refugio contigo y te pido que luches por vivir, que no
te encierres en esa coraza de tristeza y pesar. No fue tu culpa. El destino lo
quiso así. El aneurisma no avisa, solo ocurre.
Cariño, te quiero y te querré siempre. Me duele tanto verte así. Te pido
que reacciones y salgas adelante por mí. Tendremos nuestro momento para
reunirnos otra vez, pero ahora ¡Lucha, vive! Abre tu corazón de nuevo, pues tienes
mucho que ofrecer todavía. Yo seguiré velándote día a día como tú lo hacías
conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario