Hace tiempo que venía perdida, sin comprender lo que la vida le hacía. La llevaban de un lado a otro a su antojo. Ella nunca sabía decir que no.
Su Luz se iba apagando, perdiendo el brillo en su mirada. Lloraba a escondidas y ante el mundo se mostraba valiente. Notaba el frío de los días en su corazón como puñales de hielo. Los rayos del Sol no la calentaban como antaño. Y su cuerpo envejecía como si los días fueran años.
Nadie sabía lo que en su interior pasaba, esa lucha que tanto la atormentaba. Sentía injusticia, enfado pero no dejaba de sonreír porque tenía miedo a perder la batalla.
Al cielo estrellado imploraba un milagro, un guiño que le indicara su camino a seguir. Un grito de auxilio en la distancia.
Quizás alguien la oyó, porque ella cambió. Cogía las riendas de su vida y aprendió a decir NO.
Comenzaba su pelea con el mundo marcando con su huella. Los puñales se derretían, las heridas cicatrizaban y cada vez con más fuerza volvía a ser ella misma.
En las noches miraba al cielo, esperaba a su estrella en el firmamento a que se vislumbrara para dar sosiego a su alma. Porque sólo ella calmaba el dolor que la atenazaba y los miedos espantaba. Fue aquella que respondió a su llamada para ayudarla. Ella la venera en las noches, agradecida de por vida.
Autora: Olga González Sobrín
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