Como un deja vu, en aquella tarde fresca de otoño, un matrimonio recorría el paseo marítimo donde años atrás iniciaron su relación.
A su regreso, se cruzaron con una joven pareja recordándoles los inicios en su amor. La mujer se agarraba del brazo de su marido, sonriendo feliz al ver aquellos jóvenes que parecían ellos hace 50 años.
Su conversación regresó a su juventud. Sus corazones latían con tanta fuerza recordando aquellos besos robados delante del mar, a los abrazos que avivan la llama de ese amor, a sueños de futuro e ilusiones compartidas.
Y así, han mantenido sus paseos a lo largo de sus años, primero como novios, después como matrimonio y con la llegada de su niña, su mayor tesoro, le enseñaron a amar el mar, a respetar la naturaleza, le demostraron día a día, lo que era enriquecer la vida familiar con el cariño, el amor, el respeto.
Fueron pasando los años, y ellos seguían yendo. Su hija se había ido, había formado su familia siendo ellos su mayor ejemplo de felicidad.
Han envejecido, sus cabellos canosos, su piel llena de arrugas y los achaques de la edad, pero nunca han perdido el romanticismo de su amor. Lo cultivaron desde su inicio, mimándolo, con gestos tan sencillos como un beso en su nuca, un abrazo a su cintura, una caricia, una bella palabra en su oído, una flor,... Crearon su mundo de sueño, formaron una bella familia y aquí siguen amándose cada día.
Se van abrazados, sonriendo, dejando atrás a aquella pareja, que antaño fueron ellos. Se detienen, se besan y echan una mirada atrás, todo parece empezar. Reanudan su marcha, más abrazados todavía y mañana volverán como lo han hecho toda su vida.
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