Y con su música atraía a su lado a bellas damas que soñaban con esa melodía.
Todo un paisaje gris se transformaba en color al son de su violín, cautivando a todo aquel que lo escuchaba.
El violín sonaba incansable, el arco acariciaba las cuerdas. El violinista mantenía su cabeza ladeada y sus ojos cerrados, todo él era armonía.
Su cuerpo giraba en movimientos rítmicos al son de su música, la brisa llevaba las notas para arrastrar a todo ser viviente a su lado.
Todos caían hechizados bajo el poder del hombre del violín, que había detenido el tiempo en aquel lugar.
Autora: Olga González Sobrín
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