sábado, 21 de marzo de 2020

Rezos a la luna

Le rezó noche tras noche a la Luna para que le concediera aquel único deseo.
Cansada de su soledad en el bosque, yendo de flor en flor, junto a la compañía de sus hermanas que no la llenaban, se sentía triste.
Hacía tiempo que soñaba con él, nunca le veía su cara porque una especie de niebla la tapaba, pero sus manos cuando la agarraban la hacían estremecer. Juntos recorrían el bosque bajo los trinos de los pájaros, las mariposas a su alrededor, una magia envolvente que los hacía brillar. Estaba enamorada, sentía cosquilleos en su estómago, risitas tontas cuando estaba junto a él. 
Llevaba mal el despertar al comprobar que todo era un sueño. Y estaba enfermando.
Así fue como empezó a rogarle a la Luna que le diese un compañero para ser feliz, que en sus sueños había encontrado el amor y su corazón se moría poco a poco al despertar sin él.
Fue tanto su ruego y el verla sufrir que le concedió el honor de poder ver nacer a su amor. La llevó a una zona del bosque, ante una grande y hermosa flor que brillaba bajo los rayos de la Luna como si estuviera recubierta de diamantes. Le dijo que la cuidara con todo su amor. En ello se basaría la magia para obtener su deseo. Emocionada se acercó a la flor y la envolvió en un abrazo, una lágrima cayó sobre sus pétalos que al instante se abrieron dando lugar a un huevo. La Luna le sonrió, sonrisa que ella devolvió. Su regalo estaba ahí.
Con todo su amor cuidó el huevo, lo mimaba, le hablaba desde su corazón y, cuando su oreja apoyaba en su cascarón, oía su latido. Le confesó sus sueños, lo que le hacía sentir, deseaba poder verle la cara y acariciar su rostro por primera vez.
Si hacía frío, lo abrigaba, si había calor le daba sombra, lo aseaba como si de un bebé fuera, mil cuidados con todo su cariño. Y en las noches, la Luna con su magia lo bañaba con sus rayos. Estaba próximo su nacimiento. El hada había cumplido su parte y su constancia, su amor, obraría su milagro.
Por fin el cascarón se rompió ante la mirada de ambas, descubriendo lo que había en su interior. Con un bostezo despertó de su letargo, su cuerpo desnudo temblaba por el frío que sentía. Ella se acercó a su lado y lo envolvió con su capa para abrigarlo. Se miraron a los ojos, sonrieron y se estrecharon en un abrazo por ese encuentro tan esperado. Sintieron que se conocían, que ambos se pertenecían.
Por fin vio su rostro, bello en su totalidad, unos ojos dulces y brillantes y la más hermosa sonrisa que iluminaba toda su cara. Acarició sus mejillas, tan cálidas en sus sueños, pero esta vez hechos realidad.
La Luna los siguió desde el cielo, iluminando su camino, feliz por aquellos amantes que caminaban hacia su hogar. Su bendición los acompañaría el resto de sus vidas.


Autora: Olga González Sobrín

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