Sentada en la orilla, sus pies se mojaban con la ida y venida de las olas. Una Luna tan enorme como la brecha en su corazón, iluminaba la noche y colmaba de belleza sus ojos, heridos por una traición.
Sólo la Luna entendía su dolor, sus rayos acariciaban sus mejillas y secaban sus lágrimas. La consolaba envolviéndola de amor, penetrando en su corazón para cicatrizar la herida.
La noche avanzaba y no dejaba de acunarla. Ella no quería soltarla el amanecer se acercaba y la Luna se tenía que ir.
Le rogó que la llevara con ella, que no la dejara allí porque los recuerdos la perseguían. Y al amanecer desapareció con la Luna, que no la dejaría sufrir más.
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