Siempre soñé con alcanzar la Luna, incluso hubo quien me prometió entregarla. Sueños que perseguía desde la niñez, con millones de fantasías. Me creía lo que contaban los cuentos, enterraba habichuelas para ver crecer aquellas plantas y llegar al cielo. Cavén en la huerta de mi abuela para llegar al centro de la Tierra y lo único que encontré fue un cuerno de vaca y una suela de zapato.
A las estrellas fugaces les pedí montones de deseos. Cartas a los Reyes Magos, al Papá Noel pero nunca llegó nada. Doloroso dejar las zapatillas esperando encontrar algo cuando te despiertas, más solo encontraba el frío de la noche.
Soñé con un príncipe azul que me rescataría de mi prisión. Llegó uno, yo feliz pero no lo era, solo me llevó a unas profundidades tan oscuras y frías, que hizo tambalear mi mundo.
Salí otra vez, rompí el cascarón de nuevo, sueños e ilusiones nuevas, pero no llegaron a cuajar y alguna volvió a herir ese corazón tan maltratado.
Y llegó la oscuridad que quebró mis cimientos, ahogando toda oportunidad de avanzar. Rogué a la Luna, le pedí su ayuda. Me escuchó, creyendo hacerme feliz me trajo otro príncipe de tierras lejanas, tan caballero, tan halagador, quería darme la Luna y me la acercó, pero a costa de lo más hermoso que tenía.
Sufrimiento de nuevo, prisionera de unos muros que al cielo querían llegar. Lloré, grité, golpeé y surgieron grietas en aquel muro, comenzaba a ver la luz. Seguí golpeando hasta que se abrió un hueco, asomé mi cabeza y respiré, era libertad.
Terminé de abrir la pared y la atravesé. Sentí el viento en mi piel, los rayos de Sol acariciando mis mejillas. Miré atrás, dolor sentí, me giré y me fui.
Ya no quiero caballeros, ni deseos, ni oír más cuentos. A partir de ahora, la Luna me la bajo yo, lucharé por lo que amo y deseo, por mis sueños. No quiero que me den estrellas ni Luna, no necesito de nadie, las cogeré yo cuando así lo desee.
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