Tras la ventana se les veía cenar. Sus ojos
brillaban. Sus manos se entrelazaban sobre la mesa para acariciarse mutuamente. Sus gestos de ternura y complicidad eran vigilados de reojo por los otros comensales.
La cena transcurría y la charla
era animada. La felicidad de la pareja iluminaba el lugar. Ella se reía, contagiándole su risa.
En los postres se hizo un silencio. Él metió
una mano en su bolsillo y sacó una cajita. La miró a los ojos a la vez que le ofrecía un precioso anillo. Ella, sorprendida, empezó a llorar y le dijo
que sí. No le importó que hubiese público a su alrededor, observando. Se levantó de su silla
y se abrazó a él, besándolo ante la atónita mirada de la gente, que al final
comprendió lo que estaba ocurriendo y aplaudieron felicitándolos.
La mágica velada prosiguió hasta su final. Salieron del local agarrados del brazo y en la calle se besaron. Un prometedor futuro se abría ante ellos.
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